viernes, 3 de diciembre de 2010

Los primeros días del segundo diario de R

 “Desde entonces el hombre cuenta entre las más inesperadas y apasionantes jugadas de suerte que juega el “Gran Niño” de Haráclito, llámese Zeus o Azar,- despierta un interés, una tensión, una esperanza, casi una certeza, como si con él se anunciase algo, se preparase algo, como si el hombre no fuera una meta, sino sólo un camino, un episodio intermedio, un puente, una gran promesa…”
Friedrich Nietzsche
La genealogía de la moral


7 de octubre de…


Alcanzar el conocimiento (o que este lo alcance a uno), es un esquema laberíntico: ninguna puerta lleva a la salida; sólo conduce a otras puertas. Si se niega el conocimiento, el laberinto se convierte en “camino” y necesaria y obligatoriamente a un lugar se llega.

Sin embargo, en este punto cabe decir que la negación repentinamente cayó por su propio peso, todo se volvió laberinto y ya no importaba correr y buscar la puerta de salida: ésta, directamente, no existía. La conmoción se tragó al letargo, para luego convertirse en su alimento.

Mucho ha pasado ya desde El Anuncio. Todo ha cambiado radicalmente. Por supuesto, toda agitación comienza y termina; el equilibrio termina imponiéndose.

Sin embargo, una espantosa sensación de vacuidad lo invade todo…  En realidad, debería ser menos ambicioso y exclamar: “una espantosa sensación de vacuidad me invade”. Sin dudas, el mundo no es el mismo; es llamativamente parecido, y esto me hace reflexionar acerca de la inmensa disparidad de los pequeños detalles diferenciantes de las cosas que se parecen.

Sin dudas, raro es el comienzo de esta nueva crónica diaria.


8 de octubre de...


¿Cuál es el objetivo de relatar un suceso y sus implicancias mucho después del suceso en sí? Probablemente sea un tema de asimilación. Sin dudas El Anuncio fue contundente, de una firmeza indudable. Pero tenía una impronta visiblemente irreal. Aún me topo todos los días con gente que he conocido toda mi vida y con muchos a quienes no he visto jamás que me aseguran que el “Contra-Anuncio” llegará en el algún momento. Desoyeron los posteriores anuncios complementarios a El Anuncio y no advirtieron los hechos ni el paso del tiempo.

Muchos enloquecieron. Hace escasos instantes, antes de entrar a mi casa, vi cómo una mujer, visiblemente fuera de sus cabales, arañaba un árbol al punto en que sangraban sus uñas. Según ella, el árbol había provocado El Anuncio.

Me acerqué y le dije:

- No malgaste sus uñas en el árbol: cómaselas; que para eso crecen. Cuando pierda ese hábito, notará que comenzó realmente a envejecer. No por considerar el hecho inapropiado, sino porque sus uñas serán más duras, y sus dientes, más débiles.

Me contempló con sus ojos bovinos y lagrimosos, y caí en cuenta de que había desperdiciado un consejo.


9 de octubre de…


El día amaneció lluvioso. No tuve ganas de salir de mi casa ni razón para hacerlo. Revisé mi biblioteca y me di cuenta de que mis libros habían cambiado de categoría en su mayoría. Muchos obsoletos, y hasta ridículos.

Recordé un sueño de claridad asombrosa. Mi sueño hasta tenía título: Café con el señor B.

Estaba yo sentado en el café Las Orquídeas hojeando un libro de gastadas hojas y olor a historia. Esperaba al señor B, que sin lugar a dudas llegaría puntual; lo sabía. Todos en el café sabían que llegaría, aunque todos ignoraban su aspecto, y ninguno advertiría su presencia; era un tipo de presencia oculta y hasta… entrañable.

- Buenos días, señor R;- Dijo, cortés, cerrando prolijamente su paraguas.- espero no haberlo hecho esperar, aunque sé que no lo hice.

- Despreocúpese, señor B. – Indiqué. – Ambos sabemos que no esperé…  Al menos no de más. Siéntese, estaba por ordenar…

Se sentó y sonrió mostrando su dentadura impecable. Su rostro era siempre encantador. Sus cabellos, un tanto ya canosos, estaban bien peinados. Estaba vestido con sobriedad y no llevaba más accesorio que su paraguas.

- Un café negro, por favor. – Indiqué al camarero.

- Lo mismo que el señor, gracias… - El señor B volteó su cabeza hacia mí y continuó.- Menudo chaparrón…

- Sí; parece ser el signo de estos días corrientes. A usted le sienta bien, por lo pronto. No puedo dejar de notar su pulcritud. Creo que hasta tiene las orejas más limpias que nunca.

El señor B rió divertidamente, para luego indicar:

- Siempre lo están. Me halaga que lo haya notado. Verá usted; dependo yo de mi apariencia y de mis sentidos, estos siempre deben estar bien aguzados: soy un cazatalentos.

El camarero se acercó y dejó sobre la mesa los cafés, hizo una pequeña reverencia, y se retiró. Sorbió un poco de su café y exclamó:

- Adoro el café de Las Orquídeas; siempre supe que las flores sabían excelentemente y este lugar cerró mi axioma. De todos modos, no dejo de pensar que algunas cosas, como las flores, huelen mejor de lo que saben…  Bah…  Casi me siento con la autoridad de exclamar que todo huele mejor de lo que sabe.

- Usted me entretiene sobremanera, señor…

Se hizo una pequeña pausa en el diálogo. Nos observamos y sonreímos. Existía un entendimiento ulterior entre ambos. Nos tratábamos como amigos de la infancia aunque no lo éramos; y sin dudas desde tiempos remotos sabíamos de nuestras existencias y nos frecuentábamos periódicamente.

- Dicen por ahí que usted se ha jubilado, señor. – Indiqué, quizás atrevidamente.

- ¡Nimiedades! – Exclamó. – Al parecer me han jubilado, aunque lejos estoy yo del retiro: siempre tengo trabajo por hacer.

- Lo sé; no suelo creer a los charlatanes…

- Hace usted mal. – Me reprochó. – La charlatanería suele verse como un vicio de la retórica y sin embargo no es más que un arte. Ha de darse usted cuenta de que es sólo una cuestión de clase y sólo existen tres clases de charlatanes: los excelentes, los buenos, y los malos. Y aquí nos encontramos con la más vil de las paradojas: Los excelentes y los buenos, trascienden; los excelentes y los malos, se ahogan en la charlatanería…  Sin embargo, siempre desaciertan al hablar de mí. Usted me conoce…

- Nos aúna un entendimiento intrínseco, mas no sé si así el conocimiento, pero sin dudas, lo celebro.

- ¡Lo sabía! – Dijo, volviéndose su cara lozana. - Pero debería ya partir. – Agregó. – El chaparrón ha culminado y debo cumplir con mis deberes. Llamaré al mozo.

El muchacho se acercó a la mesa y el señor B buscó metódicamente en sus bolsillos. Tanto él como yo sabíamos que estaban vacíos e interrumpí su actuación:

- No se preocupe, señor B, invito yo.

“Siempre lo hago”, pensé.

- Siempre lo hace. – Me dijo.- Por eso lo aprecio tanto.


10 de octubre de…


Me levanté temprano, no tenía planes precisos y decidí caminar hacia el río. Al menos él sabe que cambiará y no le importa, transcurre plácido y lento hacia abajo. Siempre hacia abajo.

La luz del sol se filtraba entre los árboles y los pájaros cantaban. Ese mundo era muy distante del mundo humano, hecho de caos, certezas y dudas. Ese mundo era sólo certero, se manifestaba con seguridad y firmeza; era inexorablemente determinado.

Observé ese mundo como a través de algún dispositivo, durante bastante tiempo.  Comprendí que mis ojos y mi piel eran la frontera de dos mundos; uno exhibicionista y, el otro, voyeur. Y así debía ser.

Al volver, dejando a mis espaldas el río, vi cómo jugaban dos pequeños niños, quizás uno de ellos era una niña, pero no supe darme cuenta a causa de sus atuendos. Cuando hube de entender su juego, tuve que ignorar sus disfraces; en ese momento, ellos sabían quiénes eran, y yo, dudé; me sentí disfrazado.


11 de octubre de…


Hoy me encontré brevemente con la poetisa Sabrina Sullivan; nunca puedo dejar de encontrarme con ella. Vestía con la maravillosa sobriedad que siempre la caracteriza. Sin dudas, no es bella, pero finge belleza de una forma inaudita; a raíz de la fuerza de su decisión de belleza, debería exclamar: Es bella.

- Notará, sin analizar demasiado, que la poesía cambió.- Me dijo secamente.

- No nos leamos la mente; - Dije con el mismo efecto árido.-  la poesía agonizaba de una forma…  predecible. El presente sólo refrigera el fruto de una planta extinta; la verdadera poesía está por venir.

- De todos modos, no puedo dejar de advertir que las nuevas viejas plantas darán semillas… anteriores. Un estornudo en el tiempo no hará cambiar las cosas.

- Odio que tenga razón. Aprovecharemos el momento o sencillamente, lo olvidaremos con repentina veracidad aparente, para sumergirnos nuevamente en agua vieja…  Lo olvidaremos; sí, señor…

- No mencione al olvido, por favor…  Él está demasiado ocupado en sí mismo. Nunca sabrá de nosotros, porque simplemente, nos olvidó.

- No diga tonterías: el olvido lo recuerda todo; sólo el hombre olvida.

- Y, ¿qué olvida el hombre?

- El hombre olvida el camino, olvida el destino, olvida el acierto, olvida el desatino; entre muchas otras cosas. Pero nunca olvida el olvido.

- Logré entender perfectamente.


12 de octubre de…

sábado, 27 de noviembre de 2010

Tankas

I
Calle perdida
De aceras olvidadas
Roto mensaje
Corre rápido el agua
Drena pobres historias

II
Muerdo con fuerza
Resistentes cadenas
Pare la mente
Esperpéntico canto
Que enmudece espantado

III
Sueña la extraña
Suave momento cúlmine
Sube entre polvo
Sobre un dragón de piedra
Sacro vuelo dorado

IV
Toma la mano
De aquel que hambriento mira
Mira con fuerza
Su piel hecha de salmos
Gruesa corteza de álamos

V
Serpenteaban
Pensamientos difusos
Correteaban
Por los senderos blancos
De campos de lavanda

VI
Hábiles tigres
Sutiles bellos árboles
Trepan tranquilos
En silencio bostezan
Y libertad aspiran

VII
Trémulo ocaso
De agitada caída
Vuelo encarnado
De infinitas salidas
Que provocan sosiego

VIII
Ciudad putita
Muestra senos impúdicos
Llora miseria
Ríe de su desnudez
Muere por sinceridad

jueves, 18 de noviembre de 2010

Esdrújulo

Entrando en estado epiléptico
Comienza el estado neurótico
Que danza de forma arrítmica
En espacio de trasfondo negrísimo

Comienza  entonces la búsqueda
De anhelados tiempos pretéritos
Que escriben de forma minúscula
Ayeres de reminiscencias jónicas

Se hunde de forma catártica
El recuerdo de letras germánicas
Que fluye como diamantes varíscicos
Sobre objetos de superficies cárnicas

Se pierde irreverentemente la retórica
Aflora en el alma lo tísico
Se pierde el espíritu en tránsito
Que lamenta de forma jasídica

Sangra el pensamiento eufórico
Y anula del todo su ánima
Arrodilla sus huesos raquíticos
Sobre densos líquidos graníticos

Arranca el grito sinfónico
Que desespera con notas atónitas
Recorre el grito nitrógeno
Que espera encontrar una sílfide

En medio de llamas volcánicas
Se consume el delirio plutónico
Y arde en delirio magnánimo
El ciego baile melodramático

Cielo invertido

Sin claro objetivo visible

Por defecto.

Sin grandes ambiciones estéticas

De lado.

Con sombría esperanza tardía

De algo.

Con inmensas ganas lejanas

Por horizontes cercanos.

Sin visible camino

De transeúntes ausentes.

Desde oscuros reinos mudos,

Entre gritos sordos

De soledades mustias.

Desde sueños livianos

Entre sábanas blancas

De extraños Uranos.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Sabe

Sabe el ave que entierra el vuelo

Sabe el vuelo que el agua es hombre

Sabe el hombre que vuela en tierra

Sabe la tierra que entierra el nombre

Sabe el nombre que por él se entierra

Sabe el destierro que se olvida el nombre

Sabe el hombre que el destierro quema

Sabe el fuego que el hombre es aire

Sabe el aire que esparce el nombre

Sabe el nombre que el hombre es tierra

Sabe la tierra que se comerá al hombre

Clave (Conversación de dos orates acalorados)


- ¡Deberíamos tener la rebeldía suficiente para identificar la frecuencia en la que las flores aparecen y escucharlas en cada escena de la vida! El arte de avanzar a fuerza de versos e ideas imprimirán molinos blasones. Las llaves para ascender son imaginación y capricho y, ¡llevan a un pedestal demasiado alto! ¡La suntuosidad del ritual es prueba y expresión de humanidad!

- ¿Te has dado cuenta de que el arte de escuchar es una escena cada vez menos frecuente en esta vida? No es mi imaginación: caprichosamente avanzo hacia los suntuosos molinos sordos, pero es una prueba demasiado dura; ellos no han de oír. Cómo puedo pensar esto, te preguntarás. Es sencillo: la humanidad ha subido a un rebelde pedestal la sordera. ¿Por qué? ¡Porque todos creen tener las llaves de la expresión! Todo se vuelve un frenesí de ideas que no es más que un absurdo ritual blasón. ¡Todos creen ascender! ¡Ya nadie sabe escuchar a las flores u oler a los versos!

sábado, 9 de octubre de 2010

El gato

El terreno era árido y parecía no haber señales de vida. En el cielo, negrísimo, se veían dos astros. Uno de ellos parecía dibujado, y el otro parecía transitar. Esos astros grises y opacos parecían ser algo así como un sol y una luna aún más inertes que el paisaje alrededor. La luna comenzó a dirigirse hacia ese sol aparentemente clavado que no respondía a ley alguna y se posó delante de él, provocando un eclipse de negruras. Sólo cuando lo hubo ocultado, el sol resplandeció gris y suciamente por un instante, abriendo un ojo en el negro firmamento.  El astro gris errante abandonó al fijo y se dirigió al horizonte; el fenómeno duró sólo unos instantes y el sueño terminó.

Pedro despertó y observó las tinieblas circundantes. Sus articulaciones dolían. Era ya de día, pero se repetía el paisaje de su sueño, desértico, oscuro y con su ventana eclipsante, ese ojo cuadrado. Se levantó y salió de su habitación; la casa toda era una especie de extensión de su sueño, salvo que en ella, también moraba un gato. El gato estaba sobre una silla y lo observaba firmemente. Él se detuvo y lo observó al mismo tiempo. Analizó al pequeño animal que no lo analizaba; éste lo miraba con una dureza amenazante, con sus pupilas negras y redondas a causa de la oscuridad, con ese destello sucio y gris alrededor de ellas, esos eclipses en el rostro del animal oscuro.

Cada día se repetía la escena y Pedro comenzaba a pensar que el maligno ser intentaba algo con él, algo sin buenas intenciones. La bestezuela jamás maullaba, no jugaba y no dormía, o al menos él nunca la veía dormir. Sus ojos siempre se dirigían a su persona y él comenzaba a despreciarlo. Odiaba su presencia, sus penetrantes ojos, su predisposición a ser un perpetuo testigo.

Olvidó al estúpido gato unos minutos, tomó sus píldoras diarias, preparó sus cosas y salió de su casa para ir a trabajar. Durante el día, entre sus mínimos debates internos, se colaba el recuerdo del gato y su rostro hecho de premoniciones. Resolvió que el gato lo odiaba más de lo que él lo hacía. Por suerte, esta preocupación se disolvía entre detalles cotidianos menores y necesidades fisiológicas y sólo volvía a pensar en él cuando regresaba y se observaban.

Caminó por un lugar raramente conocido, en el que faltaban detalles y sobraban elementos. Cruzó un pequeño puente por donde no debería haber habido puente alguno y por debajo del cual corría el agua rápidamente, cosa que no debería haber ocurrido. Llegó a la casa de un conocido al que no había visto jamás, y este estaba reparando un mueble con espejo. Se reconoció en él y notó sus inmensas pupilas rasgadas verticalmente.

Despertó violentamente. Estaba bañado en sudor y pánico. Se preguntó súbitamente dónde se encontraría el gato, pero prefirió no averiguarlo; había comenzado a temerle visceralmente. Volvió a dormirse, esta vez sin sueños, en estado de profundidad y oscuridad mortecinas. Al amanecer, rutinariamente se cruzó con la bestia. Esta lo escrutaba desde el suelo como una esfinge maldita, una de esas monstruosas estatuas que deben vigilar las entradas del mismísimo infierno. Terminó por convencerse: el gato lo quería matar.

Su día continuó como anteriores, con la salvedad de que las preocupaciones cotidianas y necesidades fisiológicas cedían espacio a la voluntad asesina del gato.

Había martillos, herraduras, tizne y esquirlas. El lugar parecía abandonado, pero sin duda alguna debería haber sido una herrería tiempo atrás. Un enorme yunque dominaba el cuarto; yunque negro y marcado por el mucho uso. Su verticalidad lentamente comenzó a deslizarse, hasta quedar horizontalmente bajo el yunque y su peso, ese peso de yunques y recuerdos, ese peso opresor que siempre le corresponde a algún pecho, y, esta vez, era su turno.

Despertó con ese enorme peso sobre sí. Abrió los ojos y se encontró con la intensa mirada del demonio acechador de sus últimos días. Lo miraba fijamente a centímetros de su cara. Pedro se petrificó. El gato lo miró hasta el alma, y lentamente bajó de su cuerpo sin dejar de observarlo. La suerte estaba echada y Pedro enfermó.

Pedro fue hospitalizado y su hermana, que vivía en una provincia lejana, acudió a él a causa de la enfermedad. Tuvo que revisar su casa en busca de documentación. Se espantó ante el escenario que esta proponía. Estaba absolutamente desordenada, pero increíblemente estéril. Nada podía vivir allí; nada.

Casi inmediatamente, Pedro murió. Ana, su hermana, tuvo una breve entrevista con el doctor. Ana era presa de una congoja sin lágrimas, ese tipo de tristezas que se experimentan ante los recuerdos lejanos, pero no por ello, menos dolorosos.

- ¿Sabe qué ocurrió, doctor? Pedro era aún muy joven…  Es muy difícil para mí dilucidar los hechos. Hacía mucho tiempo que no hablaba con él.

- Bueno, aparentemente, – replicó el doctor - Pedro estaba bajo un tratamiento de corticoides. Quizás desarrolló algún tipo de patología ósea. Esta medicación inmunosupresora fue el anzuelo de una infección oportunista.

- ¿Una infección oportunista?

- Sí. – Replicó el profesional – Toxoplasmosis, para ser exactos.

- Qué raro…  - Reflexionó Ana – Pedro nunca tuvo gatos; de hecho, los odiaba…