jueves, 26 de agosto de 2010

Punto

Para "la Gringa"

Allí donde se siente el olor de lo que no tiene puertas

donde el monólogo se apoya sobre el renglón del horizonte

se oye correr el río de arena

mientras la lágrima dorada muere entre los arbustos

se hunde el cimiento en el musgo

se convierte el destino en círculo

esférico el monólogo

llegada y partida cualquier punto.

domingo, 22 de agosto de 2010

La ley

El parlamento estaba reunido para tratar un tema trascendental para la vida cotidiana. Amplísimos debates se habían dado en torno a un tema de vital importancia que afectaba a toda la sociedad en su gran arco; desde la vida familiar, la canasta básica del obrero, la contabilidad de los comerciantes, y, entre otras, la realidad real religiosa, pues la numerología nunca se equivoca, y si hay una verdad suprema, esta, sin lugar a dudas, debe encontrarse en la religión.

Se esperaba de antemano un debate arduo, extendido en tiempo, y que consumía intelectualmente a los parlamentarios; además de consumir algunos cuantos dividendos de la Nación. La evidencia de la brillantez del edificio, su pompa ceremonial, los lujosos atavíos, las confortables butacas y la atmósfera calefaccionada eran acordes al importantísimo tema a discutir. Fuera del recinto, el pueblo se manifestaba, porción a favor, porción en contra, en la gélida realidad de julio, calefaccionándose únicamente por la proximidad de los individuos, que, de vez en cuando, cantaban, vitoreaban o rezaban.

El tópico a tratar era de tal importancia que no faltaban (¡cómo habrían de faltar!), los medios de comunicación. Las cámaras lo dominaban todo. Todo era registrado, tanto afuera como adentro. Probablemente eran ellas a las que más sin cuidado les tenían el tema, los senadores, el pueblo y el tiempo; el don del ojo sin cerebro: no le importa qué ve, a quién ve o qué temperatura hace.

Sin mayor preámbulo, he de decir, que el tema a tratar era la docenidad del huevo y sus implicancias sociales. El proyecto de ley buscaba una apertura a nuevos métodos de contabilización de los huevos. Este se titulaba: El huevo individual. ¿Debían, los huevos, como desde que la humedad tiene olor, por docena ser vendidos, o, podían contabilizarse de acuerdo a las particulares circunstancias con las que quizás fueron hallados, o, por accidentes fortuitos, venderse once en lugar de doce por la rotura de uno de ellos? Estas últimas realidades eran también tan antiguas como el arrojar tizas en las aulas.

¡No a la docenidad del huevo! ¡Igualdad para cada huevo! ¡Un huevo es igual a otro! ¡Cada huevo debe ser tratado como individuo!  Estas consignas contrastaban en pancartas en oposición a las otras: ¡Es un hecho natural que el huevo se venda por docena! ¡Doce es un número cristiano! ¡Los huevos merecen una identidad, y esa identidad es el número doce!

Adentro, el ambiente estaba tenso. Todos trataban de guardar las formas, pero se veía que estas no durarían, a causa de los cuchillos que guardaban entre los dientes en sus bocas cerradas.

Comenzó como oradora, la senadora Justa Pavón, del partido Armonía y Paz Social. Su aspecto era prolijo y determinado. Sus cabellos estaban impecables, pero teñidos no muy a la moda.

- Hemos de encontrarnos aquí para discutir un tema trascendental, y parece mentira que deba ser discutido. Todos sabemos que los huevos se venden por docena. Así fue, así es y así será. Es natural que así sea. Todo lo que no entra en el ámbito natural debe calificarse como anormal y por consiguiente, no correcto. No desconozco que  mucha gente no lo ve así, y lo comprendo y acepto. Pero no pueden forzarnos a la amplia mayoría a considerarlo de otro modo.

“El número doce es crucial para todos los que nos consideramos de creencia cristiana, y nuestra fe tiene base constitucional. No podemos dejar que una minoría nos fuerce a concebir que los huevos sean vendidos en un número que no sea el número doce, y, llegado el caso, porque no hay por qué discriminar, deberíamos considerar la posibilidad de que los huevos que no sean vendidos por docena sean vendidos en cajitas amarillas, ya que los que se venden por docena vienen en cajitas grises, y así, cada persona sabe qué está comprando y si se altera el orden natural del hecho o no.

Su exposición fue extensa. Muy extensa. Hasta hizo una crítica de juicio cuasi científico sobre el por qué los huevos y su manera de venderse no habían sido cooptados por el sistema métrico decimal. Pero en sí, su razonamiento fue repetitivo, porque dijo una y otra vez lo mismo con diferentes palabras. Al terminar, se sacó sus gafas y sonrió con la satisfacción de quien cree que tiene razón, pero que realmente no lo sabe. Era de esas personas convencidas de sus ideas y que las mantienen toda su vida, pero con el vago temor de estar equivocadas. De cualquier manera, este vago pensamiento se esfumaba rápidamente tras la vanidad de sus ideales. Sencillamente, no podía estar equivocada.

Finalmente anunció que su voto sería negativo: no aceptaría la ley tal como estaba propuesta.

El siguiente orador fue Epifanio Saldívar, quien la retrucó inmediatamente. Era un hombre ya con algunas cuantas canas en su haber, y su aspecto era el de esas personas que se arreglan bastante tiempo para parecer desprolijas.

- Lo que ha argumentado la senadora Pavón es inadmisible. Este es un país laico y no podemos seguir tolerando este tipo de expresiones totalitarias. No se pueden permitir ideas como que hay que vender la misma cosa  con diferentes colores; no es correcto. No señala igualdad. – Dijo esto remarcando las sílabas para causar impacto.

“Lo que expone la señora es fácilmente rebatible por el pensamiento lógico. Basta con partir de la eterna incertidumbre del caso de el huevo y la gallina; cualquiera que haya sido primero, fue uno. No existe la multiplicidad, y menos en el número par inmediatamente superior después del número diez para las cosas que tienen un número determinado; el número, es el número uno. Se puede argumentar que los dedos, por ejemplo, vienen de a cinco por mano o por pie. Pero un dedo, sigue siendo un dedo, y cinco dedos, más algunos huesos y músculos más, hacen una mano, o un pie. Con el criterio de la senadora; a una mano que le falte un dedo, ¿dejaría de ser, la extremidad, una mano?

Muchas personas expresaron su asentimiento y otras, una negación socarrona, tanto fuera del edificio como dentro. Por supuesto, la cosa se seguía con mayor fervor afuera, quizás para contrarrestar el frío imperante.

El senador continuó con sus palabras empujado por la contundencia de la sencillez de su argumento. Citó el caso de Colón y el huevo; su hazaña había sido el poner de pie un solo huevo, y no doce. Muchos rieron tontamente ante la ejemplificación, pero otros desaprobaron con pequeños gestos y sonidos como si el tema no aplicase al debate sostenido.

Por supuesto, culminó su debate casi de la misma forma que su antecesora. Se quitó los lentes y sonrió, pero como quien sonríe ante un tema totalmente intrascendente: le daba absolutamente igual que los huevos fueran vendidos como fuese. De hecho, tenía muy altos sus niveles de colesterol, así que solamente consumía las claras; lamentablemente, por su frágil memoria, su caso particular no le sirvió para argumentar en favor a su postura: él sólo podía consumir medio huevo. Habría de reflexionar sobre su caso, y sentiría como una falta de oportunismo no haberlo llevado al campo teórico en el momento de su parlamento.

Llegó el turno para explayarse del senador Eugenio Mendizábal. Su aspecto era el de un octogenario, pero distaba de serlo. Su postura no difería mucho de la senadora Pavón, pero era, evidentemente, mucho más sutil al expresar sus opiniones sin quedar atado a una postura fija. Echó culpas al gobierno por someter a la sociedad a un debate improductivo. Por supuesto, este señor no admitía bajo ningún punto de vista al huevo como individuo, pero desencauzar temas era su tema. Se refirió a números contables y terminología e hizo, en fin, una larga declaración sobre la problemática que traería la nueva ley, y, por eso, la consideraba inadecuada. Realmente, necesitaba de su discurso para lucir como un estadista que se preocupa por un tema existente, pero que no lo acepta. Para esto arguyó: que la salida de la ley tal como estaba provocaría  una serie de modificaciones en masa de otras leyes por considerarse afectadas directamente con la nueva legislación (quizás después de esto, llegaría el turno de la liberación de la factura, y de sólo pensarlo se estremecía, pero por suerte, las asociaciones panaderas se oponían terminantemente al tema); que la gente se resiste al cambio y que, probablemente, los niños (especialmente ellos) serían objeto de burla de sus pares por su familia ser consumidora de huevos en maples que no contenían doce huevos (o en su defecto, seis, ya que el seis sí era un número congraciante con el número doce) y si hay en quienes siempre pensar, es en los niños; y, por último, que la nueva ley trastornaría la organización espacial de almacenes y supermercados, aparte de fastidiar a la industria de las heladeras, que deberían tener que amoldar sus puertas, y hasta quizás, sacar el mismo modelo de heladera al mercado con dos puertas diferentes, cada cual con diferentes conceptualizaciones para albergar huevos.

Terminó su debate con gesto adusto; sin sonrisa, y con un dejo de irritación. Se sintió satisfecho de su elocuencia, aunque probablemente haya habido poca gente que lo considerara elocuente. Sin dudas era locuaz…  pero no elocuente.

Continuó la larguísima lista de oradores la senadora Luz Negri, quien hizo un emotivo llamado a favor de la ley. Contó su conmovedora historia en el campo, aunque, dentro del recinto, encontró eco solamente en quienes estaban a favor de la ley, pero ellos de ninguna forma se solidarizaban con su experiencia en sí. Hasta incluso alguno pensó malintencionadamente, sintiéndose espécimen de ciudad: “se puede sacar a la gente del campo, pero no el campo de la gente”.

En este punto, debo decir, estimados lectores, que la férrea voluntad de Morfeo me poseyó. El tratamiento se extendió por larguísimas horas, y uno, como trabajador, conoce su realidad, y no sólo debe trabajar arduamente un día a la semana. Si de veras quieren saberlo, la ley salió. Pero me reservo el resto de los detalles para otra ocasión.

jueves, 19 de agosto de 2010

Pronóstico extendido


Pronóstico extendido para Buenos Aires y alre…
 
Nuestra fundación apunta a la educación y a la estimulación tempra…
 
Es la cantante juvenil sensación del momento…
 
Ahora sí, por 2000 pesos, nombres masculinos que no lleven…

Enviá CHANCHA al 2020, y tené…
 
Federico dejó sobre una silla el control remoto. Miró a su alrededor y el atado de cigarrillos fue el protagonista de la escena. Buscó fuego y se dispuso a contaminar unos instantes su existencia. Comprendió que el conjunto de su universo no tenía espacio de intersección con el conjunto de El Universo. Su cuadro no era un cuadro encimado a otro; mucho menos, dentro de otro. Sencillamente eran cuadros colgados en paredes opuestas. El suyo observaba al otro; el otro simplemente no observaba: pendía. Recordó con apatía que su cuadro, ni siquiera era advertido como un correspondiente a su persona; se restablecía de una leve dolencia, y el doctor, fiel a la costumbre galena, medicó a su cuadro, y no a él.

Merodeó en calzoncillos y descalzo. El ambiente estaba atiborrado de objetos por doquier, el ambiente era gélidamente sofocante. Decidió servirse algo espirituoso para tomar; su mano izquierda revolvía sus cabellos negros y la derecha, rascaba su trasero. Se acercó involuntariamente al pequeño librero y como quien agarra una revista en una peluquería, tomó un tomo del diccionario al azar y donde abrió, leyó.

Carencia voluntaria o involuntaria de compañía.

- Estupideces.- Murmuró por lo bajo; comprendía intrínsecamente que la soledad no significaba eso.

Se volvió hacia el cristal de alguna forma animado dentro de la naturaleza muerta en la que se sentía inmerso. El cristal también se veía inerte. Rectilíneo, lúgubre y gris  brillaba, a pesar del polvo cautivo por la estática. De haber tenido asas y otro ser compatible a su idiosincrasia, hubiese jugado buenamente a que le daba cristiana sepultura. Pero el artefacto espetaba un sinfín de sandeces, trivialidades y prevaricaciones.

Enviá GAY al 9009 y encontrá al hombre de tu vi…
 
Y como todos sabemos, los alimentos de origen vegetal no causan…
 
El senador Fernández no tiene autoridad moral para denun…

La tecla era presionada automáticamente. No la detenía nada, al parecer. Finalmente, su pulgar se fatigó.

Enviá ORAL al 8008, y conocé todos los trucos de Moira Moreira Ramos para ponerte bien caliente. Enviá ORAL al 8008 y sabé todos sus secretos: “Mmm, todo lo que sé es sólo para vos”. Enviá ORAL al 8008 y hacéla tuya.

El alcohol nubló sus pensamientos. Filosofó. Creía firmemente que el alcohol causaba espejismos y que siempre los dominaba, porque conocía la causa. Ese conocimiento de causa, causado por estados no sobrios, lo llevaba a la reducción: todo debía tener UNA causa. A veces se equivocaba; a veces, no. Sin embargo, no lo notaba; felizmente para él.

Pensó en las redondeces de Moira, en sus turgentes formas, en su color frutado. Sabía sabiamente que semejantes demostraciones de belleza no correspondían más que a una imagen impresa o a la de un cristal, nunca a una realidad. Pero dudó. Reconoció a su carne como débil, y su libido afloró.
Un mensaje de texto interrumpió sus pensamientos.

¡Felicitaciones! Has sido seleccionado para la adquisición de un VolksWagen O Km…

Borró el mensaje. Sintió que con el brusco accionar podría hacer aparecer su sueño arrebatado…

Enviá ORAL al 8008, y conocé todos los trucos de Moira Moreira Ramos para ponerte bien caliente. Enviá ORAL al 8008…

Encontrándose con el aparatejo entre sus manos, supo que enviando ORAL al 8008 no ganaba ni perdía nada.

- ORAL… 8008… SEND…

El vacuo intermedio fue efímero. No dio tiempo a satisfacción ni a arrepentimiento. Fue un signo de puntuación sobre el momento, probablemente, dos puntos o un punto y coma.

Moira caminó felinamente ante él, halló un taburete de su agrado y se sentó. El pequeño asiento bordó y su postura le conferían el rimbombante aspecto de las meretrices, y observaba al desconocido con la confianza y naturalidad de una de ellas.

- Soy Moira, ¿y vos?

- Federico.

Federico veía a la hermosa Moira frente a sus ojos. Era como si los dioses finalmente se hubiesen decidido a esculpir una estatua magnánima de carne. Estiró su mano como lo haría un beduino sediento y debilitado frente a un oasis en el desierto.

- No.- replicó divertidamente ella.- No dije que podías tocarme. Al menos no aún.

- Ah, si…  aparte… - Asintió confusamente él.

- ¿Qué estás buscando?

- No sé… - Se sinceró.- No sé cómo llegué acá.

- Travieso… Te puedo contar mis secretos,  si te viene en gana.

- En realidad, lo mío era una cuestión más capitalista, quería sentirte mi propiedad…

- Tonto…

Moira jugueteaba con su escasísima vestimenta. Se puso de pie para acomodarla, como si tuviese un vestido magnífico, y el hecho de estar sentada le provocase arrugas.

Observó Federico sus glúteos, semejantes por textura y forma a dos duraznos y los sintió contra su ser. Cerró sus ojos: era su propiedad, al fin. El estúpido e infame conjuro resultaba. Espiró con fervor y lujuria, entre el placer y lo réprobo. Decidió que ella podía quedarse esa noche y se lo propuso, tratando de dominar su ansiedad, como si fuese la de un niño que pide que no le apaguen la luz al acostarse. Esa ansiedad por encontrar una respuesta afirmativa se fundió con su voluntad, y ella sonrió complacientemente, para luego confirmar su única pernoctación en esa solitaria morada.

martes, 17 de agosto de 2010

El retorno


Las hojas y las raíces sonaban al pasar.  Las sombras se conjugaban en imágenes etéreas, fugaces y eternas, con la fuerza de un vendaval que despluma un lugar para volver a emplumarlo a su modo y que da las impresiones que suelen rememorar las bellas formas del humo.

Comenzó a canturrear y escuchó en la lejanía la devolución de sus exactas palabras. El sonido tenía la debilidad y la contundencia de la imagen tallada en la sacralidad. Volvió sobre sus pasos y permaneció en silencio; y este fue un espejo. Retomó su imaginario sendero, mudo. Oyó ramillas crujir detrás de sí.

- ¿Quién anda ahí?

- ¿Quién anda ahí?- Oyó.

Con desorientación y torpeza buscó entre los arbustos.

- ¿Quién eres?

- ¿Quién eres?- Respondió, lejos de donde él buscaba.

Lentamente ella se acercó a él, lo observó y estiró sus brazos con mirada desfalleciente de amor;  y él tomó su más venenosa flecha y la disparó, como si fuese Cupido en negativo, dando certeramente en su corazón. El rechazo hizo precipitar una única y copiosa lágrima y en donde cayó, nació una maravillosa rosa amarilla de hojas y tallo negros.

Herida de muerte huyó e imploró a Invidia un castigo para aquel que con arrogante ingratitud la rechazó tan hoscamente.  Invidia abrió los oídos a sus súplicas y comenzó a seguirlo con una pena acorde a su accionar, y al observar la belleza del joven, su frío pensar se quebró como si recibiese el flujo de un líquido muy caliente. No podía condenarlo a contemplarse hasta el fin de su vida,  quizás para él no sería un castigo, al fin y al cabo. Resolvió que lo más apropiado sería privarlo de su bello rostro; sería invisible ante cualquier medio que causase reflejo, pero le sería imposible despegarse del sonido de sus palabras. Recordaría hasta su último aliento la voz de quien lo siguió en la frondosidad. Necesitaría imperiosamente volver a oírla.

Con el reflejo ausente y su voz sin duplicación, no pudo resistir volver al bosque. Necesitaba encontrarla. Necesitaba ese abrazo injustamente rechazado y necesitaba esa boca respirando sus exactas palabras en su oído. Halló la abertura de una cueva y preguntó si alguien se encontraba allí. La voz de ella contestó con sus mismas palabras y su pecho se sintió henchido de felicidad. Comenzó a seguirla, sin saber que Eco, el objeto de su búsqueda, se había consumido y sólo su voz moraba en la cueva.

Habiendo ya perdido el abrigo de la luz, Narciso, la buscó en la oscuridad, la buscó intensamente, la buscó...

Un poco sobre La Libra de Avellanas



Al momento de crear este blog, no estaba muy convencido de hacerlo. Generalmente, este medio es utilizado por muchísima gente para contar sus experiencias en primera persona, y no era la idea que tenía para un espacio al que yo le diera cierta forma. Por supuesto, no tengo objeción alguna ante el testimonio; sencillamente, no quería hacer lo mismo. Asimismo, al pensar el nombre de este espacio, no recurrí a lo fácilmente memorizable o al título ocurrente; solemos recordar mejor títulos como "El Defecto Mariposa"; uno sonríe y recuerda la ocurrencia.

Mi propuesta tampoco es ser críptico: El peritaje médico y una libra de avellanas es un capítulo de un libro magníficamente escrito, Los hermanos Karamazov, de Fiodor Dostoyevski. Muchas veces depositan en nuestras manos una libra de avellanas, pero eso no garantiza, en contraposición a este libro, que el que deposita presencie alguna vez nuestro juicio...

En conclusión, y sin extenderme demasiado, mi idea es exponer un poco la ficción que pueda ser parida por mi imaginación. No me cierro, no obstante, a la crítica personal, a lo anecdótico y a lo delirante que pueda ocurrir en el camino.

Espero que quienes visiten este espacio no sientan que perdieron valiosos minutos.

Bienvenidos.