viernes, 3 de diciembre de 2010

Los primeros días del segundo diario de R

 “Desde entonces el hombre cuenta entre las más inesperadas y apasionantes jugadas de suerte que juega el “Gran Niño” de Haráclito, llámese Zeus o Azar,- despierta un interés, una tensión, una esperanza, casi una certeza, como si con él se anunciase algo, se preparase algo, como si el hombre no fuera una meta, sino sólo un camino, un episodio intermedio, un puente, una gran promesa…”
Friedrich Nietzsche
La genealogía de la moral


7 de octubre de…


Alcanzar el conocimiento (o que este lo alcance a uno), es un esquema laberíntico: ninguna puerta lleva a la salida; sólo conduce a otras puertas. Si se niega el conocimiento, el laberinto se convierte en “camino” y necesaria y obligatoriamente a un lugar se llega.

Sin embargo, en este punto cabe decir que la negación repentinamente cayó por su propio peso, todo se volvió laberinto y ya no importaba correr y buscar la puerta de salida: ésta, directamente, no existía. La conmoción se tragó al letargo, para luego convertirse en su alimento.

Mucho ha pasado ya desde El Anuncio. Todo ha cambiado radicalmente. Por supuesto, toda agitación comienza y termina; el equilibrio termina imponiéndose.

Sin embargo, una espantosa sensación de vacuidad lo invade todo…  En realidad, debería ser menos ambicioso y exclamar: “una espantosa sensación de vacuidad me invade”. Sin dudas, el mundo no es el mismo; es llamativamente parecido, y esto me hace reflexionar acerca de la inmensa disparidad de los pequeños detalles diferenciantes de las cosas que se parecen.

Sin dudas, raro es el comienzo de esta nueva crónica diaria.


8 de octubre de...


¿Cuál es el objetivo de relatar un suceso y sus implicancias mucho después del suceso en sí? Probablemente sea un tema de asimilación. Sin dudas El Anuncio fue contundente, de una firmeza indudable. Pero tenía una impronta visiblemente irreal. Aún me topo todos los días con gente que he conocido toda mi vida y con muchos a quienes no he visto jamás que me aseguran que el “Contra-Anuncio” llegará en el algún momento. Desoyeron los posteriores anuncios complementarios a El Anuncio y no advirtieron los hechos ni el paso del tiempo.

Muchos enloquecieron. Hace escasos instantes, antes de entrar a mi casa, vi cómo una mujer, visiblemente fuera de sus cabales, arañaba un árbol al punto en que sangraban sus uñas. Según ella, el árbol había provocado El Anuncio.

Me acerqué y le dije:

- No malgaste sus uñas en el árbol: cómaselas; que para eso crecen. Cuando pierda ese hábito, notará que comenzó realmente a envejecer. No por considerar el hecho inapropiado, sino porque sus uñas serán más duras, y sus dientes, más débiles.

Me contempló con sus ojos bovinos y lagrimosos, y caí en cuenta de que había desperdiciado un consejo.


9 de octubre de…


El día amaneció lluvioso. No tuve ganas de salir de mi casa ni razón para hacerlo. Revisé mi biblioteca y me di cuenta de que mis libros habían cambiado de categoría en su mayoría. Muchos obsoletos, y hasta ridículos.

Recordé un sueño de claridad asombrosa. Mi sueño hasta tenía título: Café con el señor B.

Estaba yo sentado en el café Las Orquídeas hojeando un libro de gastadas hojas y olor a historia. Esperaba al señor B, que sin lugar a dudas llegaría puntual; lo sabía. Todos en el café sabían que llegaría, aunque todos ignoraban su aspecto, y ninguno advertiría su presencia; era un tipo de presencia oculta y hasta… entrañable.

- Buenos días, señor R;- Dijo, cortés, cerrando prolijamente su paraguas.- espero no haberlo hecho esperar, aunque sé que no lo hice.

- Despreocúpese, señor B. – Indiqué. – Ambos sabemos que no esperé…  Al menos no de más. Siéntese, estaba por ordenar…

Se sentó y sonrió mostrando su dentadura impecable. Su rostro era siempre encantador. Sus cabellos, un tanto ya canosos, estaban bien peinados. Estaba vestido con sobriedad y no llevaba más accesorio que su paraguas.

- Un café negro, por favor. – Indiqué al camarero.

- Lo mismo que el señor, gracias… - El señor B volteó su cabeza hacia mí y continuó.- Menudo chaparrón…

- Sí; parece ser el signo de estos días corrientes. A usted le sienta bien, por lo pronto. No puedo dejar de notar su pulcritud. Creo que hasta tiene las orejas más limpias que nunca.

El señor B rió divertidamente, para luego indicar:

- Siempre lo están. Me halaga que lo haya notado. Verá usted; dependo yo de mi apariencia y de mis sentidos, estos siempre deben estar bien aguzados: soy un cazatalentos.

El camarero se acercó y dejó sobre la mesa los cafés, hizo una pequeña reverencia, y se retiró. Sorbió un poco de su café y exclamó:

- Adoro el café de Las Orquídeas; siempre supe que las flores sabían excelentemente y este lugar cerró mi axioma. De todos modos, no dejo de pensar que algunas cosas, como las flores, huelen mejor de lo que saben…  Bah…  Casi me siento con la autoridad de exclamar que todo huele mejor de lo que sabe.

- Usted me entretiene sobremanera, señor…

Se hizo una pequeña pausa en el diálogo. Nos observamos y sonreímos. Existía un entendimiento ulterior entre ambos. Nos tratábamos como amigos de la infancia aunque no lo éramos; y sin dudas desde tiempos remotos sabíamos de nuestras existencias y nos frecuentábamos periódicamente.

- Dicen por ahí que usted se ha jubilado, señor. – Indiqué, quizás atrevidamente.

- ¡Nimiedades! – Exclamó. – Al parecer me han jubilado, aunque lejos estoy yo del retiro: siempre tengo trabajo por hacer.

- Lo sé; no suelo creer a los charlatanes…

- Hace usted mal. – Me reprochó. – La charlatanería suele verse como un vicio de la retórica y sin embargo no es más que un arte. Ha de darse usted cuenta de que es sólo una cuestión de clase y sólo existen tres clases de charlatanes: los excelentes, los buenos, y los malos. Y aquí nos encontramos con la más vil de las paradojas: Los excelentes y los buenos, trascienden; los excelentes y los malos, se ahogan en la charlatanería…  Sin embargo, siempre desaciertan al hablar de mí. Usted me conoce…

- Nos aúna un entendimiento intrínseco, mas no sé si así el conocimiento, pero sin dudas, lo celebro.

- ¡Lo sabía! – Dijo, volviéndose su cara lozana. - Pero debería ya partir. – Agregó. – El chaparrón ha culminado y debo cumplir con mis deberes. Llamaré al mozo.

El muchacho se acercó a la mesa y el señor B buscó metódicamente en sus bolsillos. Tanto él como yo sabíamos que estaban vacíos e interrumpí su actuación:

- No se preocupe, señor B, invito yo.

“Siempre lo hago”, pensé.

- Siempre lo hace. – Me dijo.- Por eso lo aprecio tanto.


10 de octubre de…


Me levanté temprano, no tenía planes precisos y decidí caminar hacia el río. Al menos él sabe que cambiará y no le importa, transcurre plácido y lento hacia abajo. Siempre hacia abajo.

La luz del sol se filtraba entre los árboles y los pájaros cantaban. Ese mundo era muy distante del mundo humano, hecho de caos, certezas y dudas. Ese mundo era sólo certero, se manifestaba con seguridad y firmeza; era inexorablemente determinado.

Observé ese mundo como a través de algún dispositivo, durante bastante tiempo.  Comprendí que mis ojos y mi piel eran la frontera de dos mundos; uno exhibicionista y, el otro, voyeur. Y así debía ser.

Al volver, dejando a mis espaldas el río, vi cómo jugaban dos pequeños niños, quizás uno de ellos era una niña, pero no supe darme cuenta a causa de sus atuendos. Cuando hube de entender su juego, tuve que ignorar sus disfraces; en ese momento, ellos sabían quiénes eran, y yo, dudé; me sentí disfrazado.


11 de octubre de…


Hoy me encontré brevemente con la poetisa Sabrina Sullivan; nunca puedo dejar de encontrarme con ella. Vestía con la maravillosa sobriedad que siempre la caracteriza. Sin dudas, no es bella, pero finge belleza de una forma inaudita; a raíz de la fuerza de su decisión de belleza, debería exclamar: Es bella.

- Notará, sin analizar demasiado, que la poesía cambió.- Me dijo secamente.

- No nos leamos la mente; - Dije con el mismo efecto árido.-  la poesía agonizaba de una forma…  predecible. El presente sólo refrigera el fruto de una planta extinta; la verdadera poesía está por venir.

- De todos modos, no puedo dejar de advertir que las nuevas viejas plantas darán semillas… anteriores. Un estornudo en el tiempo no hará cambiar las cosas.

- Odio que tenga razón. Aprovecharemos el momento o sencillamente, lo olvidaremos con repentina veracidad aparente, para sumergirnos nuevamente en agua vieja…  Lo olvidaremos; sí, señor…

- No mencione al olvido, por favor…  Él está demasiado ocupado en sí mismo. Nunca sabrá de nosotros, porque simplemente, nos olvidó.

- No diga tonterías: el olvido lo recuerda todo; sólo el hombre olvida.

- Y, ¿qué olvida el hombre?

- El hombre olvida el camino, olvida el destino, olvida el acierto, olvida el desatino; entre muchas otras cosas. Pero nunca olvida el olvido.

- Logré entender perfectamente.


12 de octubre de…

sábado, 27 de noviembre de 2010

Tankas

I
Calle perdida
De aceras olvidadas
Roto mensaje
Corre rápido el agua
Drena pobres historias

II
Muerdo con fuerza
Resistentes cadenas
Pare la mente
Esperpéntico canto
Que enmudece espantado

III
Sueña la extraña
Suave momento cúlmine
Sube entre polvo
Sobre un dragón de piedra
Sacro vuelo dorado

IV
Toma la mano
De aquel que hambriento mira
Mira con fuerza
Su piel hecha de salmos
Gruesa corteza de álamos

V
Serpenteaban
Pensamientos difusos
Correteaban
Por los senderos blancos
De campos de lavanda

VI
Hábiles tigres
Sutiles bellos árboles
Trepan tranquilos
En silencio bostezan
Y libertad aspiran

VII
Trémulo ocaso
De agitada caída
Vuelo encarnado
De infinitas salidas
Que provocan sosiego

VIII
Ciudad putita
Muestra senos impúdicos
Llora miseria
Ríe de su desnudez
Muere por sinceridad

jueves, 18 de noviembre de 2010

Esdrújulo

Entrando en estado epiléptico
Comienza el estado neurótico
Que danza de forma arrítmica
En espacio de trasfondo negrísimo

Comienza  entonces la búsqueda
De anhelados tiempos pretéritos
Que escriben de forma minúscula
Ayeres de reminiscencias jónicas

Se hunde de forma catártica
El recuerdo de letras germánicas
Que fluye como diamantes varíscicos
Sobre objetos de superficies cárnicas

Se pierde irreverentemente la retórica
Aflora en el alma lo tísico
Se pierde el espíritu en tránsito
Que lamenta de forma jasídica

Sangra el pensamiento eufórico
Y anula del todo su ánima
Arrodilla sus huesos raquíticos
Sobre densos líquidos graníticos

Arranca el grito sinfónico
Que desespera con notas atónitas
Recorre el grito nitrógeno
Que espera encontrar una sílfide

En medio de llamas volcánicas
Se consume el delirio plutónico
Y arde en delirio magnánimo
El ciego baile melodramático

Cielo invertido

Sin claro objetivo visible

Por defecto.

Sin grandes ambiciones estéticas

De lado.

Con sombría esperanza tardía

De algo.

Con inmensas ganas lejanas

Por horizontes cercanos.

Sin visible camino

De transeúntes ausentes.

Desde oscuros reinos mudos,

Entre gritos sordos

De soledades mustias.

Desde sueños livianos

Entre sábanas blancas

De extraños Uranos.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Sabe

Sabe el ave que entierra el vuelo

Sabe el vuelo que el agua es hombre

Sabe el hombre que vuela en tierra

Sabe la tierra que entierra el nombre

Sabe el nombre que por él se entierra

Sabe el destierro que se olvida el nombre

Sabe el hombre que el destierro quema

Sabe el fuego que el hombre es aire

Sabe el aire que esparce el nombre

Sabe el nombre que el hombre es tierra

Sabe la tierra que se comerá al hombre

Clave (Conversación de dos orates acalorados)


- ¡Deberíamos tener la rebeldía suficiente para identificar la frecuencia en la que las flores aparecen y escucharlas en cada escena de la vida! El arte de avanzar a fuerza de versos e ideas imprimirán molinos blasones. Las llaves para ascender son imaginación y capricho y, ¡llevan a un pedestal demasiado alto! ¡La suntuosidad del ritual es prueba y expresión de humanidad!

- ¿Te has dado cuenta de que el arte de escuchar es una escena cada vez menos frecuente en esta vida? No es mi imaginación: caprichosamente avanzo hacia los suntuosos molinos sordos, pero es una prueba demasiado dura; ellos no han de oír. Cómo puedo pensar esto, te preguntarás. Es sencillo: la humanidad ha subido a un rebelde pedestal la sordera. ¿Por qué? ¡Porque todos creen tener las llaves de la expresión! Todo se vuelve un frenesí de ideas que no es más que un absurdo ritual blasón. ¡Todos creen ascender! ¡Ya nadie sabe escuchar a las flores u oler a los versos!

sábado, 9 de octubre de 2010

El gato

El terreno era árido y parecía no haber señales de vida. En el cielo, negrísimo, se veían dos astros. Uno de ellos parecía dibujado, y el otro parecía transitar. Esos astros grises y opacos parecían ser algo así como un sol y una luna aún más inertes que el paisaje alrededor. La luna comenzó a dirigirse hacia ese sol aparentemente clavado que no respondía a ley alguna y se posó delante de él, provocando un eclipse de negruras. Sólo cuando lo hubo ocultado, el sol resplandeció gris y suciamente por un instante, abriendo un ojo en el negro firmamento.  El astro gris errante abandonó al fijo y se dirigió al horizonte; el fenómeno duró sólo unos instantes y el sueño terminó.

Pedro despertó y observó las tinieblas circundantes. Sus articulaciones dolían. Era ya de día, pero se repetía el paisaje de su sueño, desértico, oscuro y con su ventana eclipsante, ese ojo cuadrado. Se levantó y salió de su habitación; la casa toda era una especie de extensión de su sueño, salvo que en ella, también moraba un gato. El gato estaba sobre una silla y lo observaba firmemente. Él se detuvo y lo observó al mismo tiempo. Analizó al pequeño animal que no lo analizaba; éste lo miraba con una dureza amenazante, con sus pupilas negras y redondas a causa de la oscuridad, con ese destello sucio y gris alrededor de ellas, esos eclipses en el rostro del animal oscuro.

Cada día se repetía la escena y Pedro comenzaba a pensar que el maligno ser intentaba algo con él, algo sin buenas intenciones. La bestezuela jamás maullaba, no jugaba y no dormía, o al menos él nunca la veía dormir. Sus ojos siempre se dirigían a su persona y él comenzaba a despreciarlo. Odiaba su presencia, sus penetrantes ojos, su predisposición a ser un perpetuo testigo.

Olvidó al estúpido gato unos minutos, tomó sus píldoras diarias, preparó sus cosas y salió de su casa para ir a trabajar. Durante el día, entre sus mínimos debates internos, se colaba el recuerdo del gato y su rostro hecho de premoniciones. Resolvió que el gato lo odiaba más de lo que él lo hacía. Por suerte, esta preocupación se disolvía entre detalles cotidianos menores y necesidades fisiológicas y sólo volvía a pensar en él cuando regresaba y se observaban.

Caminó por un lugar raramente conocido, en el que faltaban detalles y sobraban elementos. Cruzó un pequeño puente por donde no debería haber habido puente alguno y por debajo del cual corría el agua rápidamente, cosa que no debería haber ocurrido. Llegó a la casa de un conocido al que no había visto jamás, y este estaba reparando un mueble con espejo. Se reconoció en él y notó sus inmensas pupilas rasgadas verticalmente.

Despertó violentamente. Estaba bañado en sudor y pánico. Se preguntó súbitamente dónde se encontraría el gato, pero prefirió no averiguarlo; había comenzado a temerle visceralmente. Volvió a dormirse, esta vez sin sueños, en estado de profundidad y oscuridad mortecinas. Al amanecer, rutinariamente se cruzó con la bestia. Esta lo escrutaba desde el suelo como una esfinge maldita, una de esas monstruosas estatuas que deben vigilar las entradas del mismísimo infierno. Terminó por convencerse: el gato lo quería matar.

Su día continuó como anteriores, con la salvedad de que las preocupaciones cotidianas y necesidades fisiológicas cedían espacio a la voluntad asesina del gato.

Había martillos, herraduras, tizne y esquirlas. El lugar parecía abandonado, pero sin duda alguna debería haber sido una herrería tiempo atrás. Un enorme yunque dominaba el cuarto; yunque negro y marcado por el mucho uso. Su verticalidad lentamente comenzó a deslizarse, hasta quedar horizontalmente bajo el yunque y su peso, ese peso de yunques y recuerdos, ese peso opresor que siempre le corresponde a algún pecho, y, esta vez, era su turno.

Despertó con ese enorme peso sobre sí. Abrió los ojos y se encontró con la intensa mirada del demonio acechador de sus últimos días. Lo miraba fijamente a centímetros de su cara. Pedro se petrificó. El gato lo miró hasta el alma, y lentamente bajó de su cuerpo sin dejar de observarlo. La suerte estaba echada y Pedro enfermó.

Pedro fue hospitalizado y su hermana, que vivía en una provincia lejana, acudió a él a causa de la enfermedad. Tuvo que revisar su casa en busca de documentación. Se espantó ante el escenario que esta proponía. Estaba absolutamente desordenada, pero increíblemente estéril. Nada podía vivir allí; nada.

Casi inmediatamente, Pedro murió. Ana, su hermana, tuvo una breve entrevista con el doctor. Ana era presa de una congoja sin lágrimas, ese tipo de tristezas que se experimentan ante los recuerdos lejanos, pero no por ello, menos dolorosos.

- ¿Sabe qué ocurrió, doctor? Pedro era aún muy joven…  Es muy difícil para mí dilucidar los hechos. Hacía mucho tiempo que no hablaba con él.

- Bueno, aparentemente, – replicó el doctor - Pedro estaba bajo un tratamiento de corticoides. Quizás desarrolló algún tipo de patología ósea. Esta medicación inmunosupresora fue el anzuelo de una infección oportunista.

- ¿Una infección oportunista?

- Sí. – Replicó el profesional – Toxoplasmosis, para ser exactos.

- Qué raro…  - Reflexionó Ana – Pedro nunca tuvo gatos; de hecho, los odiaba…

viernes, 10 de septiembre de 2010

Es

La vida es una perturbación de la nada, un tic de Zeus, la propiedad de Morfeo

Es de belleza lacustre

Es el nudo en la agonía del día

Es la oscuridad en la que la rosa florece

Es la llama que provoca el suicidio de la oscuridad

Es la germinación que se eleva hacia la luz

Es la rama, el bosque y la sierra

Y tiene el color de la mortaja

jueves, 26 de agosto de 2010

Punto

Para "la Gringa"

Allí donde se siente el olor de lo que no tiene puertas

donde el monólogo se apoya sobre el renglón del horizonte

se oye correr el río de arena

mientras la lágrima dorada muere entre los arbustos

se hunde el cimiento en el musgo

se convierte el destino en círculo

esférico el monólogo

llegada y partida cualquier punto.

domingo, 22 de agosto de 2010

La ley

El parlamento estaba reunido para tratar un tema trascendental para la vida cotidiana. Amplísimos debates se habían dado en torno a un tema de vital importancia que afectaba a toda la sociedad en su gran arco; desde la vida familiar, la canasta básica del obrero, la contabilidad de los comerciantes, y, entre otras, la realidad real religiosa, pues la numerología nunca se equivoca, y si hay una verdad suprema, esta, sin lugar a dudas, debe encontrarse en la religión.

Se esperaba de antemano un debate arduo, extendido en tiempo, y que consumía intelectualmente a los parlamentarios; además de consumir algunos cuantos dividendos de la Nación. La evidencia de la brillantez del edificio, su pompa ceremonial, los lujosos atavíos, las confortables butacas y la atmósfera calefaccionada eran acordes al importantísimo tema a discutir. Fuera del recinto, el pueblo se manifestaba, porción a favor, porción en contra, en la gélida realidad de julio, calefaccionándose únicamente por la proximidad de los individuos, que, de vez en cuando, cantaban, vitoreaban o rezaban.

El tópico a tratar era de tal importancia que no faltaban (¡cómo habrían de faltar!), los medios de comunicación. Las cámaras lo dominaban todo. Todo era registrado, tanto afuera como adentro. Probablemente eran ellas a las que más sin cuidado les tenían el tema, los senadores, el pueblo y el tiempo; el don del ojo sin cerebro: no le importa qué ve, a quién ve o qué temperatura hace.

Sin mayor preámbulo, he de decir, que el tema a tratar era la docenidad del huevo y sus implicancias sociales. El proyecto de ley buscaba una apertura a nuevos métodos de contabilización de los huevos. Este se titulaba: El huevo individual. ¿Debían, los huevos, como desde que la humedad tiene olor, por docena ser vendidos, o, podían contabilizarse de acuerdo a las particulares circunstancias con las que quizás fueron hallados, o, por accidentes fortuitos, venderse once en lugar de doce por la rotura de uno de ellos? Estas últimas realidades eran también tan antiguas como el arrojar tizas en las aulas.

¡No a la docenidad del huevo! ¡Igualdad para cada huevo! ¡Un huevo es igual a otro! ¡Cada huevo debe ser tratado como individuo!  Estas consignas contrastaban en pancartas en oposición a las otras: ¡Es un hecho natural que el huevo se venda por docena! ¡Doce es un número cristiano! ¡Los huevos merecen una identidad, y esa identidad es el número doce!

Adentro, el ambiente estaba tenso. Todos trataban de guardar las formas, pero se veía que estas no durarían, a causa de los cuchillos que guardaban entre los dientes en sus bocas cerradas.

Comenzó como oradora, la senadora Justa Pavón, del partido Armonía y Paz Social. Su aspecto era prolijo y determinado. Sus cabellos estaban impecables, pero teñidos no muy a la moda.

- Hemos de encontrarnos aquí para discutir un tema trascendental, y parece mentira que deba ser discutido. Todos sabemos que los huevos se venden por docena. Así fue, así es y así será. Es natural que así sea. Todo lo que no entra en el ámbito natural debe calificarse como anormal y por consiguiente, no correcto. No desconozco que  mucha gente no lo ve así, y lo comprendo y acepto. Pero no pueden forzarnos a la amplia mayoría a considerarlo de otro modo.

“El número doce es crucial para todos los que nos consideramos de creencia cristiana, y nuestra fe tiene base constitucional. No podemos dejar que una minoría nos fuerce a concebir que los huevos sean vendidos en un número que no sea el número doce, y, llegado el caso, porque no hay por qué discriminar, deberíamos considerar la posibilidad de que los huevos que no sean vendidos por docena sean vendidos en cajitas amarillas, ya que los que se venden por docena vienen en cajitas grises, y así, cada persona sabe qué está comprando y si se altera el orden natural del hecho o no.

Su exposición fue extensa. Muy extensa. Hasta hizo una crítica de juicio cuasi científico sobre el por qué los huevos y su manera de venderse no habían sido cooptados por el sistema métrico decimal. Pero en sí, su razonamiento fue repetitivo, porque dijo una y otra vez lo mismo con diferentes palabras. Al terminar, se sacó sus gafas y sonrió con la satisfacción de quien cree que tiene razón, pero que realmente no lo sabe. Era de esas personas convencidas de sus ideas y que las mantienen toda su vida, pero con el vago temor de estar equivocadas. De cualquier manera, este vago pensamiento se esfumaba rápidamente tras la vanidad de sus ideales. Sencillamente, no podía estar equivocada.

Finalmente anunció que su voto sería negativo: no aceptaría la ley tal como estaba propuesta.

El siguiente orador fue Epifanio Saldívar, quien la retrucó inmediatamente. Era un hombre ya con algunas cuantas canas en su haber, y su aspecto era el de esas personas que se arreglan bastante tiempo para parecer desprolijas.

- Lo que ha argumentado la senadora Pavón es inadmisible. Este es un país laico y no podemos seguir tolerando este tipo de expresiones totalitarias. No se pueden permitir ideas como que hay que vender la misma cosa  con diferentes colores; no es correcto. No señala igualdad. – Dijo esto remarcando las sílabas para causar impacto.

“Lo que expone la señora es fácilmente rebatible por el pensamiento lógico. Basta con partir de la eterna incertidumbre del caso de el huevo y la gallina; cualquiera que haya sido primero, fue uno. No existe la multiplicidad, y menos en el número par inmediatamente superior después del número diez para las cosas que tienen un número determinado; el número, es el número uno. Se puede argumentar que los dedos, por ejemplo, vienen de a cinco por mano o por pie. Pero un dedo, sigue siendo un dedo, y cinco dedos, más algunos huesos y músculos más, hacen una mano, o un pie. Con el criterio de la senadora; a una mano que le falte un dedo, ¿dejaría de ser, la extremidad, una mano?

Muchas personas expresaron su asentimiento y otras, una negación socarrona, tanto fuera del edificio como dentro. Por supuesto, la cosa se seguía con mayor fervor afuera, quizás para contrarrestar el frío imperante.

El senador continuó con sus palabras empujado por la contundencia de la sencillez de su argumento. Citó el caso de Colón y el huevo; su hazaña había sido el poner de pie un solo huevo, y no doce. Muchos rieron tontamente ante la ejemplificación, pero otros desaprobaron con pequeños gestos y sonidos como si el tema no aplicase al debate sostenido.

Por supuesto, culminó su debate casi de la misma forma que su antecesora. Se quitó los lentes y sonrió, pero como quien sonríe ante un tema totalmente intrascendente: le daba absolutamente igual que los huevos fueran vendidos como fuese. De hecho, tenía muy altos sus niveles de colesterol, así que solamente consumía las claras; lamentablemente, por su frágil memoria, su caso particular no le sirvió para argumentar en favor a su postura: él sólo podía consumir medio huevo. Habría de reflexionar sobre su caso, y sentiría como una falta de oportunismo no haberlo llevado al campo teórico en el momento de su parlamento.

Llegó el turno para explayarse del senador Eugenio Mendizábal. Su aspecto era el de un octogenario, pero distaba de serlo. Su postura no difería mucho de la senadora Pavón, pero era, evidentemente, mucho más sutil al expresar sus opiniones sin quedar atado a una postura fija. Echó culpas al gobierno por someter a la sociedad a un debate improductivo. Por supuesto, este señor no admitía bajo ningún punto de vista al huevo como individuo, pero desencauzar temas era su tema. Se refirió a números contables y terminología e hizo, en fin, una larga declaración sobre la problemática que traería la nueva ley, y, por eso, la consideraba inadecuada. Realmente, necesitaba de su discurso para lucir como un estadista que se preocupa por un tema existente, pero que no lo acepta. Para esto arguyó: que la salida de la ley tal como estaba provocaría  una serie de modificaciones en masa de otras leyes por considerarse afectadas directamente con la nueva legislación (quizás después de esto, llegaría el turno de la liberación de la factura, y de sólo pensarlo se estremecía, pero por suerte, las asociaciones panaderas se oponían terminantemente al tema); que la gente se resiste al cambio y que, probablemente, los niños (especialmente ellos) serían objeto de burla de sus pares por su familia ser consumidora de huevos en maples que no contenían doce huevos (o en su defecto, seis, ya que el seis sí era un número congraciante con el número doce) y si hay en quienes siempre pensar, es en los niños; y, por último, que la nueva ley trastornaría la organización espacial de almacenes y supermercados, aparte de fastidiar a la industria de las heladeras, que deberían tener que amoldar sus puertas, y hasta quizás, sacar el mismo modelo de heladera al mercado con dos puertas diferentes, cada cual con diferentes conceptualizaciones para albergar huevos.

Terminó su debate con gesto adusto; sin sonrisa, y con un dejo de irritación. Se sintió satisfecho de su elocuencia, aunque probablemente haya habido poca gente que lo considerara elocuente. Sin dudas era locuaz…  pero no elocuente.

Continuó la larguísima lista de oradores la senadora Luz Negri, quien hizo un emotivo llamado a favor de la ley. Contó su conmovedora historia en el campo, aunque, dentro del recinto, encontró eco solamente en quienes estaban a favor de la ley, pero ellos de ninguna forma se solidarizaban con su experiencia en sí. Hasta incluso alguno pensó malintencionadamente, sintiéndose espécimen de ciudad: “se puede sacar a la gente del campo, pero no el campo de la gente”.

En este punto, debo decir, estimados lectores, que la férrea voluntad de Morfeo me poseyó. El tratamiento se extendió por larguísimas horas, y uno, como trabajador, conoce su realidad, y no sólo debe trabajar arduamente un día a la semana. Si de veras quieren saberlo, la ley salió. Pero me reservo el resto de los detalles para otra ocasión.

jueves, 19 de agosto de 2010

Pronóstico extendido


Pronóstico extendido para Buenos Aires y alre…
 
Nuestra fundación apunta a la educación y a la estimulación tempra…
 
Es la cantante juvenil sensación del momento…
 
Ahora sí, por 2000 pesos, nombres masculinos que no lleven…

Enviá CHANCHA al 2020, y tené…
 
Federico dejó sobre una silla el control remoto. Miró a su alrededor y el atado de cigarrillos fue el protagonista de la escena. Buscó fuego y se dispuso a contaminar unos instantes su existencia. Comprendió que el conjunto de su universo no tenía espacio de intersección con el conjunto de El Universo. Su cuadro no era un cuadro encimado a otro; mucho menos, dentro de otro. Sencillamente eran cuadros colgados en paredes opuestas. El suyo observaba al otro; el otro simplemente no observaba: pendía. Recordó con apatía que su cuadro, ni siquiera era advertido como un correspondiente a su persona; se restablecía de una leve dolencia, y el doctor, fiel a la costumbre galena, medicó a su cuadro, y no a él.

Merodeó en calzoncillos y descalzo. El ambiente estaba atiborrado de objetos por doquier, el ambiente era gélidamente sofocante. Decidió servirse algo espirituoso para tomar; su mano izquierda revolvía sus cabellos negros y la derecha, rascaba su trasero. Se acercó involuntariamente al pequeño librero y como quien agarra una revista en una peluquería, tomó un tomo del diccionario al azar y donde abrió, leyó.

Carencia voluntaria o involuntaria de compañía.

- Estupideces.- Murmuró por lo bajo; comprendía intrínsecamente que la soledad no significaba eso.

Se volvió hacia el cristal de alguna forma animado dentro de la naturaleza muerta en la que se sentía inmerso. El cristal también se veía inerte. Rectilíneo, lúgubre y gris  brillaba, a pesar del polvo cautivo por la estática. De haber tenido asas y otro ser compatible a su idiosincrasia, hubiese jugado buenamente a que le daba cristiana sepultura. Pero el artefacto espetaba un sinfín de sandeces, trivialidades y prevaricaciones.

Enviá GAY al 9009 y encontrá al hombre de tu vi…
 
Y como todos sabemos, los alimentos de origen vegetal no causan…
 
El senador Fernández no tiene autoridad moral para denun…

La tecla era presionada automáticamente. No la detenía nada, al parecer. Finalmente, su pulgar se fatigó.

Enviá ORAL al 8008, y conocé todos los trucos de Moira Moreira Ramos para ponerte bien caliente. Enviá ORAL al 8008 y sabé todos sus secretos: “Mmm, todo lo que sé es sólo para vos”. Enviá ORAL al 8008 y hacéla tuya.

El alcohol nubló sus pensamientos. Filosofó. Creía firmemente que el alcohol causaba espejismos y que siempre los dominaba, porque conocía la causa. Ese conocimiento de causa, causado por estados no sobrios, lo llevaba a la reducción: todo debía tener UNA causa. A veces se equivocaba; a veces, no. Sin embargo, no lo notaba; felizmente para él.

Pensó en las redondeces de Moira, en sus turgentes formas, en su color frutado. Sabía sabiamente que semejantes demostraciones de belleza no correspondían más que a una imagen impresa o a la de un cristal, nunca a una realidad. Pero dudó. Reconoció a su carne como débil, y su libido afloró.
Un mensaje de texto interrumpió sus pensamientos.

¡Felicitaciones! Has sido seleccionado para la adquisición de un VolksWagen O Km…

Borró el mensaje. Sintió que con el brusco accionar podría hacer aparecer su sueño arrebatado…

Enviá ORAL al 8008, y conocé todos los trucos de Moira Moreira Ramos para ponerte bien caliente. Enviá ORAL al 8008…

Encontrándose con el aparatejo entre sus manos, supo que enviando ORAL al 8008 no ganaba ni perdía nada.

- ORAL… 8008… SEND…

El vacuo intermedio fue efímero. No dio tiempo a satisfacción ni a arrepentimiento. Fue un signo de puntuación sobre el momento, probablemente, dos puntos o un punto y coma.

Moira caminó felinamente ante él, halló un taburete de su agrado y se sentó. El pequeño asiento bordó y su postura le conferían el rimbombante aspecto de las meretrices, y observaba al desconocido con la confianza y naturalidad de una de ellas.

- Soy Moira, ¿y vos?

- Federico.

Federico veía a la hermosa Moira frente a sus ojos. Era como si los dioses finalmente se hubiesen decidido a esculpir una estatua magnánima de carne. Estiró su mano como lo haría un beduino sediento y debilitado frente a un oasis en el desierto.

- No.- replicó divertidamente ella.- No dije que podías tocarme. Al menos no aún.

- Ah, si…  aparte… - Asintió confusamente él.

- ¿Qué estás buscando?

- No sé… - Se sinceró.- No sé cómo llegué acá.

- Travieso… Te puedo contar mis secretos,  si te viene en gana.

- En realidad, lo mío era una cuestión más capitalista, quería sentirte mi propiedad…

- Tonto…

Moira jugueteaba con su escasísima vestimenta. Se puso de pie para acomodarla, como si tuviese un vestido magnífico, y el hecho de estar sentada le provocase arrugas.

Observó Federico sus glúteos, semejantes por textura y forma a dos duraznos y los sintió contra su ser. Cerró sus ojos: era su propiedad, al fin. El estúpido e infame conjuro resultaba. Espiró con fervor y lujuria, entre el placer y lo réprobo. Decidió que ella podía quedarse esa noche y se lo propuso, tratando de dominar su ansiedad, como si fuese la de un niño que pide que no le apaguen la luz al acostarse. Esa ansiedad por encontrar una respuesta afirmativa se fundió con su voluntad, y ella sonrió complacientemente, para luego confirmar su única pernoctación en esa solitaria morada.

martes, 17 de agosto de 2010

El retorno


Las hojas y las raíces sonaban al pasar.  Las sombras se conjugaban en imágenes etéreas, fugaces y eternas, con la fuerza de un vendaval que despluma un lugar para volver a emplumarlo a su modo y que da las impresiones que suelen rememorar las bellas formas del humo.

Comenzó a canturrear y escuchó en la lejanía la devolución de sus exactas palabras. El sonido tenía la debilidad y la contundencia de la imagen tallada en la sacralidad. Volvió sobre sus pasos y permaneció en silencio; y este fue un espejo. Retomó su imaginario sendero, mudo. Oyó ramillas crujir detrás de sí.

- ¿Quién anda ahí?

- ¿Quién anda ahí?- Oyó.

Con desorientación y torpeza buscó entre los arbustos.

- ¿Quién eres?

- ¿Quién eres?- Respondió, lejos de donde él buscaba.

Lentamente ella se acercó a él, lo observó y estiró sus brazos con mirada desfalleciente de amor;  y él tomó su más venenosa flecha y la disparó, como si fuese Cupido en negativo, dando certeramente en su corazón. El rechazo hizo precipitar una única y copiosa lágrima y en donde cayó, nació una maravillosa rosa amarilla de hojas y tallo negros.

Herida de muerte huyó e imploró a Invidia un castigo para aquel que con arrogante ingratitud la rechazó tan hoscamente.  Invidia abrió los oídos a sus súplicas y comenzó a seguirlo con una pena acorde a su accionar, y al observar la belleza del joven, su frío pensar se quebró como si recibiese el flujo de un líquido muy caliente. No podía condenarlo a contemplarse hasta el fin de su vida,  quizás para él no sería un castigo, al fin y al cabo. Resolvió que lo más apropiado sería privarlo de su bello rostro; sería invisible ante cualquier medio que causase reflejo, pero le sería imposible despegarse del sonido de sus palabras. Recordaría hasta su último aliento la voz de quien lo siguió en la frondosidad. Necesitaría imperiosamente volver a oírla.

Con el reflejo ausente y su voz sin duplicación, no pudo resistir volver al bosque. Necesitaba encontrarla. Necesitaba ese abrazo injustamente rechazado y necesitaba esa boca respirando sus exactas palabras en su oído. Halló la abertura de una cueva y preguntó si alguien se encontraba allí. La voz de ella contestó con sus mismas palabras y su pecho se sintió henchido de felicidad. Comenzó a seguirla, sin saber que Eco, el objeto de su búsqueda, se había consumido y sólo su voz moraba en la cueva.

Habiendo ya perdido el abrigo de la luz, Narciso, la buscó en la oscuridad, la buscó intensamente, la buscó...

Un poco sobre La Libra de Avellanas



Al momento de crear este blog, no estaba muy convencido de hacerlo. Generalmente, este medio es utilizado por muchísima gente para contar sus experiencias en primera persona, y no era la idea que tenía para un espacio al que yo le diera cierta forma. Por supuesto, no tengo objeción alguna ante el testimonio; sencillamente, no quería hacer lo mismo. Asimismo, al pensar el nombre de este espacio, no recurrí a lo fácilmente memorizable o al título ocurrente; solemos recordar mejor títulos como "El Defecto Mariposa"; uno sonríe y recuerda la ocurrencia.

Mi propuesta tampoco es ser críptico: El peritaje médico y una libra de avellanas es un capítulo de un libro magníficamente escrito, Los hermanos Karamazov, de Fiodor Dostoyevski. Muchas veces depositan en nuestras manos una libra de avellanas, pero eso no garantiza, en contraposición a este libro, que el que deposita presencie alguna vez nuestro juicio...

En conclusión, y sin extenderme demasiado, mi idea es exponer un poco la ficción que pueda ser parida por mi imaginación. No me cierro, no obstante, a la crítica personal, a lo anecdótico y a lo delirante que pueda ocurrir en el camino.

Espero que quienes visiten este espacio no sientan que perdieron valiosos minutos.

Bienvenidos.